¿MAGISTERIO URBANO, RURAL O PLURINACIONAL?
Desde la aparición del hombre en el planeta Tierra, la educación surgió y evolucionó con el transcurrir del tiempo. Ya establecido los estamentos o grupos sociales según su desarrollo biopsicosociocultural, estos se determinaron como próceres, precursores y monitores del destino humano. Así es como, la educación se convirtió en un instrumento que promueve el desarrollo y permite ascenso social.
En nuestro país, desde la Colonia y parte de la República el acceso a la educación era una prioridad sólo para los patrones, acaudalados y blancos. De modo que, el indígena aborigen, como paria en su propia tierra saboreaba el desprecio y humillación urbana por ser analfabeto.
Este hecho discriminatorio se enraizó profundamente, a pesar de que algunos gobiernos intentaron brindar educación al indígena campesino. Las concepciones retrógradas e infundamentadas del blanco, hizo que en Bolivia se establecieran dos tipos de educación que son: la educación urbana y rural.
Según los pedagogos y mentores mediocres del antaño, la sociedad urbana debía educarse, prepararse y formarse para encarar la vida citadina que supuestamente representaba el timón del desarrollo social, cultural, político y otros. En otras palabras, los habitantes blancos de las ciudades eran considerados más importantes, más humanos, capaces y superiores al hombre del agro.
En cambio, a la sociedad indígena campesina han estigmatizado como basura de tara social, por lo que, para disimular la supuesta inclusión al proceso educativo, le dieron el sistema de educación rural. Este proceso era totalmente diferente al sistema de educación urbana, incluso el currículo y las visiones eran distintas. ¡Claro! Como el aborigen era tipificado como un ser inferior al blanco, que sólo era útil para servidumbre y pongueaje a favor de patrones; no podía ser educado a la altura de los blancos.
Fue así como, el proceso educativo boliviano se remarcó con una asimetría inaceptable. Las capitales y algunas poblaciones concentradas de provincias, donde vivían algunos patrones y descendientes de ellos, también asumieron el sistema de educación urbana. En todo caso, la marginación y discriminación del citadino al campesino fue deplorable e indigno.
Desde luego, la formación del profesorado también se efectuó en base al sistema urbano y rural; pues, al parecer los que se encargaban a formar docentes para ciudades, lo hacían con cierta ideología y política racista; infundiendo el sentimiento de superioridad. Por ello, el maestro urbano tenía esa sensación de que era mejor y superior al rural. Así, cuando llegaba a las capitales de provincias, expresaba su desprecio al campo, a los niños de poncho y niñas de pollera.
En cuanto a la organización del magisterio, la falacia de lo urbano y rural también acaparó las mentes y corazones del profesorado, por eso nacieron las federaciones y confederaciones de maestros urbanos y rurales. Hoy en día estas realidades están bien enraizadas; generalmente, los maestros urbanos no permiten que trabaje un profesor rural en área urbana, y como desagravio los rurales tampoco dejan que un urbano desempeñe sus funciones en aquella área. La hermandad y trabajo mancomunado entre estos dos sectores es muy poco. Es más, la concepción errónea de que el sector urbano es mejor que el rural sigue perviviendo; inclusive esta situación llega a los sectores indígenas, donde el padre de familia de alguna comunidad campesina, hace estudiar a sus hijos en las ciudades o en su caso en las capitales de provincias donde hay una unidad educativa urbana. Es decir, el hermano campesino, piensa y cree que la educación urbana es mejor que la rural. Pero, determinar cual sistema educativo es el mejor, es muy difícil; porque bien dice el dicho: “Cada panadero alaba su pan”.
Si bien ha llegado al gobierno un campesino e indígena que remarcó su educación desde la escuela rural, pues estas diferencias siguen y seguirán existiendo. No obstante que, la Reforma Educativa 1565 y la ley Elizardo Pérez y Avelino Siñani que está ya en la puerta, tiende a unificar el magisterio nacional y delinear un solo sistema para todos.
Si de verdad queremos el desarrollo y el cambio estructural de nuestro país, pues debemos llegar a hermanarnos entre maestro urbanos y rurales. El abismo de soberbia, discriminación y egoísmo que hasta hoy nos ha mantenido separados, debe acabarse. Nos es posible que mantengamos vivo aquel sentimiento discriminatorio, racista, inhumano y divisionista de los mediocres que delinearon el sistema educativo boliviano. ¡Viva el Magisterio Plurinacional! (Por: Prof. René G. Soto Pelaise)
sábado, 13 de marzo de 2010
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